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martes, 2 de abril de 2019

MALVINAS ARGENTINAS A 37 años de la Guerra de las Malvinas, no debemos olvidar www.lautarodores.com


LLAMADO
por Ana Maidana




Vi un pájaro.  Un pájaro gigante.  Sí, era enorme.  Anoche, cuando estaba en la casa de mi mamá, las dos lo vimos por la ventana.  Era un pájaro marrón, ¿Cómo se llama el pájaro marrón? Sí, así, como el hornero, igualito.  Tenía un cigarro en el pico, pero no sé cómo hacía, no se le caía.  Daba escalofríos, sí.  Era alto, tan alto como la puerta.  Por algún motivo no quise mirarle las patas, le miraba el ojo nada más.  El ojo se movía, parecía ansioso.  Entró en la propiedad de mi mamá, miraba con cara de asustado, con la mirada perdida.  Yo le miraba el ojo, y bueno, no dejaba de mirarle el ojo.  La perra ladraba como loca, nunca antes la había escuchado así.  Claro, nos quedamos dentro de la casa, mi mamá hizo un gesto, no, no se persignó, era un gesto con la cabeza que ella hace, lo interpreté como “qué desgracia” o “lo único que nos falta”.

Cuando vino la noche, el pájaro estaba sentado a la mesa que tenemos en la galería y me senté con él.  No, no me daba miedo, más bien era una tristeza que no sé cómo decirte.  Sí, en el pecho.  Bueno, tampoco es para tanto, bueno, sí, hay cada loco.  Pero no me dio miedo, yo seguí mi intuición y me quedé en el patio con el pájaro.  Antes de decir algo, empezó a cantar un tema de Radiohead y lo acompañé porque lo sabía.  Ese que dice:

Breathe
Keep breathing
Don't loose
Your nerve
Breathe
Keep breathing
I can't do this
Alone

Y le pregunté qué hacía ahí, qué hacía entrando en las casas.  Me dijo:

―Traigo los muertos del sur. 

― ¿Cómo es eso? -le pregunté-. 

―Voy dejando los muertos por ahí.

― ¿Dejaste un muerto acá?

Y ahí me dio un miedo terrible porque hablaba en voz baja, en una lengua muy rara, como susurrando.  Miraba un punto fijo en el aire, a mi derecha, pero ahí estaban las sillas vacías.  Me parecía que estaba preguntando algo, tenía un tono de pregunta, ¿Viste? Sí, estaba asustado, parecía un nene en penitencia.  Bueno, hablaba en otra lengua, no sé cuál era, no entendía nada.  Entonces, le insistí:

― ¿Trajiste un muerto acá?

Y seguía conversando solo, cuando de pronto sentí un escalofrío en el brazo.  No, no era por el miedo, era el roce de algo frío.  Sentí que algo frío me tocó, ¿Entendés?  Me asusté y me fui para dentro.  Sí, mi mamá me dijo que era un loco, que no puede hacer eso, que no puede entrar así en las casas.  Eso también me dijo, que lo ven las cámaras, que me quede adentro.

Pero testaruda, como siempre, salí y lo encontré llorando en un rincón, tiritando.  Tenía unas pinceladas de sangre en el cuello, como si alguien lo hubiese manoteado.  No parecía estar lastimado, no era de él la sangre.  Me acerqué y le pregunté:

― ¿Qué pasó?  ¿Estás bien?

―Me dijeron que soy el próximo –me dijo, llorando, espantado-.

Me salió retarlo:

― ¡Pero, no podés entrar en las casas así, vestido de pájaro gigante! 

Y ahí me di cuenta que lo estaba retando por impotencia.  Mi mamá me retaba cuando me caía y me veía llorar.  Me decía que tuviera más cuidado, que no corriera más, que me quedara quieta.  Sí, eso me decía, que no corriera más, pedirle eso a una nena.  Encima que me dolía la rodilla, me gritaba.  No, yo creo que me retaba por la bronca que le daba que llore, por la impotencia, claro, se enojaba con el golpe, no conmigo.  Como cuando la gente se enoja con el que se muere, por haberse muerto nomás, como si lo hiciera a propósito.  Bueno, la cuestión es que yo no quería retarlo al pájaro, sentí una tristeza angustiante.  Me salió decirle algo así:

―Lo que hacés es maravilloso, pájaro.

Y lo agarré de los cachetes, apoyé mi frente en la de él, hice fuerza con todo mi cuerpo, con todo mi espíritu para darle amor con mis ojos, le di lo más que pude.  Lo sentí y él lo sintió, yo sentí que lo sintió.  Lloraba todavía más.  Le dije:

―Lo que hacés es importante, no te sientas mal.  Digan lo que digan, vos sabés en tu interior que lo que hacés vale, es importante.  Sos maravilloso, pájaro, sos maravilloso. 

Sentí alivio.  Creo que él también se alivió, no sé, lloraba cada vez más pero yo sabía que le hacía bien lo que le decía.

―Andate -le dije.

Se fue al sur, me parece.

No sé por qué me contó eso.  Antes, cuando estábamos en la mesa del patio, él me había preguntado qué era el cuaderno que tenía, el que llevo siempre conmigo.  Se lo mostré, sí, se lo mostré así nomás, le dije que no tenía nada, eran anotaciones.  Lo vio de un pantallazo, algunas imágenes y textos, una foto de unas manos agarrándose, oraciones, palabras sueltas, una panza de embarazada, varias manos tomándose como una red, algunas notas.

―Ah, ¿Sos escritora? -me preguntó-.

―Algo así -le dije-, creo que sí.

Una panza, otra panza.  Tal vez por eso me contó lo que le pasaba.

No, no le miré las patas.


En el sur están las Malvinas.



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