Litto Nebbia Página Oficial LITTO cumple 76 años: su infancia bohemia en Rosario y sus primeros pasos antes de consagrarse como una leyenda del rock nacional
El cantante cumple hoy un año más de vida y ya suma más de 60 dedicados a su oficio. De la pensión en Santa Fe, al desembarco en Buenos Aires y la perseverancia que lo hizo triunfar con Los Gatos Salvajes y refundar la música popular.
Por
Sebastián Volterri
“Tenés que estudiar, tenés que componer música, tenés que hacer cosas originales, no tenés que copiar a nadie”. Las palabras de sus padres resuenan en la cabeza de un joven Litto Nebbia quien, desde que tiene uso de razón, encontró en la música su lugar de pertenencia. Con el paso del tiempo, constituido en uno de los artistas más importantes del cancionero popular argentino, mantuvo la gratitud por el apoyo y el consejo que recibió en aquellos primeros años, cuando nunca estuvo en discusión su oficio, sino el placer de inclinarse por el arte.
Félix Francisco Nebbia Corbacho nació el 21 de julio de 1948 en la ciudad de Rosario. Hijo de padres bohemios, creció rodeado de arte y música. Su madre, Martha Denis, era poetisa y pianista; su padre, cuyo nombre artístico fue Félix Ocampo, introdujo el bolero la Argentina.
Así lo contó Nebbia en charla con Felipe Pigna: “Fue el primer cantor melódico que hubo acá. Me refiero a una época donde él estrenaba estas canciones, muchas de ellas mexicanas, boleros que hoy en día ha remontado de nuevo Luis Miguel y que son clásicos famosos en todo el mundo. Muchas de esas canciones las estrenó mi padre en Argentina”.
Su madre, concertista de piano, no solo se destacó en la música clásica sino también en la música popular, lo que la llevó a aprender guitarra. En un hecho significativo de su juventud, a los 19 años formó parte de la primera orquesta de tango exclusivamente femenina. Esta agrupación, denominada Orquesta Típica de Señoritas Los Colonos, estaba compuesta por 14 mujeres que se presentaban en un bar de Sunchales, provincia de Santa Fe. “Te diría que había un exceso de bohemia”, reconoció Nebbia, en referencia al ambiente y la pasión que caracterizaron esa época de su vida.
“Mis viejos me machacaban con esas cosas. Y en ningún momento lo que me enseñaban estaba relacionado con una esperanza, ni de ganar dinero, ni de tener éxito. Era por el placer de dedicarse a una rama del arte, porque te iba a hacer bien como persona, y espiritualmente. Yo valoro eso. Hoy en día me doy más cuenta, porque hay familias donde los padres se equivocan: quieren lo mejor para su hijo, pero de entrada quieren que sea millonario”, reflexionó tiempo atrás en un reportaje con Teleshow.
La pensión en la que vivían en Rosario se encontraba en la misma zona de las distribuidoras de cine, por lo que las películas también formaron parte de su educación. Como contrapartida, la vida puertas adentro incluía cuadros de pobreza, aunque él nunca los sintió como una carga. Según contó, tenían un solo plato y un solo juego de cubiertos, por lo que debían turnarse para comer... los días que había comida. “Había veces que no teníamos un mango, comíamos día por medio”, dijo.
Nebbia siempre tuvo presente esos sacrificios. “Mi vieja hacía unos inventos de dividir la pieza con un ropero y nos hacía la comida con un calentador a querosene... así vivíamos. Pero no tengo ningún recuerdo malo porque era una vida tan llena de arte... Todo el día hablando de cine, de música. Era una cosa de ilusión, de sueños, que cubría todo”, expresó al rememorar esos instantes.
Pese a tener una madre que brillaba tocando el piano, la economía del hogar no permitió que tuvieran dicho instrumento. En ese sentido, el niño Litto solía contactarse con quienes sí tenían y les pedía que por favor lo dejasen tocar durante al menos una hora, para poder hacer sus primeras armas en ese instrumento. Además, como tampoco había dinero suficiente para comprar un tocadiscos, las pocas monedas que conseguía las utilizaba en las clásicas cabinas que había en las disquerías, donde podía disfrutar no solo de las novedades, sino también de los álbumes clásicos.
A los 12, cuando cursaba el sexto grado, la salud de su madre lo obligó a abandonar el colegio. “Ella estaba enferma y quería cuidarla... después lo rendí libre”, explicó. Su planteo tenía cierto justificativo: “Yo estaba todo el día con el cine, la música y leyendo: sabía un montón de cosas y era muy chiquito. Un día se me ocurrió decirle a mi madre: ‘Marta, ¿para qué estudio esto si yo no voy a trabajar de eso?’. Mi vieja me dijo: ‘Tenés razón, no vayas más’. Y no fui nunca más. ¿Qué hice? Redoblé la apuesta con la música y ahí comencé a componer más y a estudiar más la guitarra. Me pasé horas y horas en la pensión donde vivíamos, tratando de inventar melodías, intentando poner una letra”.
Con apenas 16 años, Nebbia se presentó a una prueba crucial que terminó definiendo su carrera. Los Gatos Salvajes, originalmente conocidos como Wild Cats, le tomaron una audición. Buscaban un cantante y cómo no darle una oportunidad al joven que tantas veces los aplaudía desde abajo del escenario. Sin embargo, mientras la banda le hacía cantar sus temas y buscaba una tonalidad parecida a la de Elvis, Nebbia les devolvió una que asemejaba a Brian Wilson, de los Beach Boys, o a The Beatles. Luego propuso interpretar dos canciones de su autoría y se sintió cómodo con el tono y la vocalización. Tres días después, recibió el llamado en que le negaron el ingreso al grupo.
La decepción le duró solo un mes. Volvieron a contactarlo para informarle que sería parte de la agrupación. Con la alegría de una primera cita, el joven Litto se presentó con una carpeta con temas propios, de los que eligieron diez. También castellanizaron el nombre y dieron el paso clave: probar suerte en Buenos Aires.
“Todos sabíamos que para dedicarte a la música -y esto no es exclusivo de la Argentina, en toda América es igual- tenés que estar en la Capital. Si vos vivís en Estados Unidos y querés tener una oportunidad, tenés que ir a Los Ángeles o a Nueva York. Si vivís en Brasil, tenés que ir a Río o a San Pablo y, si sos argentino, tenés que ir a Buenos Aires”.
El trampolín fue una prueba para el programa Escala Musical, conocido por darle una oportunidad a grupos nuevos no solo del país, sino también del exterior. Gracias a su profesionalismo, Los Gatos Salvajes fueron elegidos para realizar presentaciones tanto en el programa televisivo, como en los bailes de fin de semana. Así que de un día para el otro, la agenda de la banda se dividía de esta manera: los viernes o sábados se presentaban en los bailes, los domingos al mediodía en el programa de televisión en vivo y, por la tarde, volvían a Rosario en micro.
Pasados dos meses, y debido al gran éxito que estaban teniendo, les ofrecieron un contrato por nueve meses que incluía una habitación de hotel en la Ciudad.
El 27 de junio de 1965 se publicó el primer disco de Los Gatos Salvajes. Unos meses después, Escala Musical quebró y, sin pantalla para poder mostrar su música, apareció la idea de disolver a la banda y varios regresaron a Rosario. Sin embargo, Litto y el tecladista Ciro Fogliatta se quedaron durante un año y medio viviendo en Buenos Aires, hasta que formaron una nueva agrupación llamada Los Gatos. Pero esa es otra historia.
Resumen
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