“Con la democracia se come, se cura y se educa”, insistía Raúl Alfonsín en su campaña de 1983, cuando la dictadura militar estaba demasiado cerca y la necesidad de superar los años de terror mediante el voto parecía demasiado lejos. Hoy, treinta años después, sabemos que la democracia, por sí sola, no garantiza que se coma, se cure y se eduque, pero aprendimos que sin democracia no existe ninguna garantía de nada. Es una lección que parece un resumen de la obviedad para los más jóvenes, que ya se acostumbraron a las urnas y a la libertad. Pero por primera vez en nuestros 200 años de historia, dos generaciones de argentinos nacieron y crecieron dentro de la normalidad constitucional. Y esto es un hecho valiosísimo que tenemos que celebrar. Y no es que en estos años no faltaran problemas. Todo lo contrario. Pero justamente terminaron constituyendo la prueba decisiva de que la salud republicana comenzaba a recuperarse. Antes de 1983, probablemente cualquier gobierno democrático hubiera sido derrocado ante un levantamiento militar como el de Semana Santa de 1987, una hiperinflación como la de 1989, un aluvión de hechos de corrupción como los de la década menemista o una crisis profunda como la de 2001. En estas tres décadas las instituciones resistieron, el andamiaje democrático no se quebró. Celebremos los jovenes 30 años de la democracia Argentina!!!
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